De los nervios


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Damasco jamás volverá a ser igual

Me encontraba en Ammán, la capital jordana, cuando decidí recorrer los 180 km que la separan de Damasco, la capital siria. Contraté un conductor jordano que me recogería temprano del hotel, y en la frontera entre los dos países nos acompañaría un guía sirio. Los guías jordanos no pueden trabajar en Siria, y al contrario, los sirios no pueden trabajar en Jordania. Cuando llegamos a la frontera, tuvimos que situar el coche sobre una fosa en la que se introdujeron 2 mecánicos para revisarlo. La frontera estaba plagada de militares con metralletas al hombro, con cara de pocos amigos.

Camino a Damasco con un guía jordano y uno sirio

Camino a Damasco con un guía jordano y uno sirio

 

Tuve que bajarme del coche para pasar el control de pasaportes y aduanas, pero como en ese momento no había ningún policía del sexo femenino tuve que esperar a que llegara una. Entramos en una habitación y me cacheó. Me hizo varias preguntas sobre mi visita a Siria y estampó el sello en el pasaporte sin mayor problema. No me imaginaba que en Siria iba a tener uno de los mayores sustos de mi vida.

El guía jordano era bastante callado, pero amable, y se dirigía a mí de una manera bastante educada. El guía sirio era más hablador, y también era agradable conmigo. Pero ya desde el primer momento aprecié que entre ellos había algo que me inquietaba. Ambos se dirigían a mí en inglés, pero a veces hablaban entre ellos en árabe y entonces su tono cambiaba radicalmente.

Antes de llegar a Damasco, el guía sirio comenzó a hablarme sobre la cultura de su país, etc. Estábamos en un ambiente relajado, y entonces me dijo que estaba muy de acuerdo con Bin Laden, y que incluso él personalmente conocía a varios miembros de su familia. Sacó el móvil y me enseñó la foto mientras se reía. A mí no me hacía ninguna gracia, pero sonreí como si me pareciera muy divertido.

Enseñándome la foto de un familiar de Bin Laden

Enseñándome la foto de un familiar de Bin Laden

En ese momento pensé qué narices hacía yo en un coche metida con un jordano y un sirio. ¡Menos mal que mi madre no podía verme por un agujero!. El guía jordano, más callado, de vez en cuando le recriminaba sobre las cosas que me contaba (o eso imagino yo, porque lo hacía en árabe y no entendía nada).

Por fin llegamos a Damasco, y tras una conversación entre ellos más o menos tensa, quedamos en encontrarnos en el mismo lugar a última hora de la tarde.

Comenzamos visitando la Mezquita Omayyad o mezquita de los Omeyas. No podía entrar con pantalones y necesitaba un velo, así que nos dirigimos a una especie de oficina donde me alquilaron una especie de chilaba hasta los pies de color marrón, y me puse un chal por la cabeza. Tuve que quitarme las botas, ya que está prohibido entrar calzado, y el guía se ofreció a llevarme las botas. ¡Qué amable! pensé…

Patio central de la Mezquita de los Omeyas

Patio central de la Mezquita de los Omeyas

La mezquita es una de las más grandes del mundo, y está considerada como el 4º lugar más sagrado del mundo por los musulmanes. Sobre muros de la época aramea y romana, los estilos griego y bizantino se unen en esta mezquita. De unas proporciones inmensas, desde su patio central se accede al interior, con vidrieras coloridas, salas separadas para hombres y mujeres y la tumba de San Juan el Bautista.

Tumba de San Juan el Bautista

Tumba de San Juan el Bautista

Se encuentra al final del zoco de Al-Hamidiyah, en el centro de la ciudad vieja. Construida en el siglo VIII por el Califa Omeya al-Walid ibn Abdul Malek, cuando Damasco era la capital del Imperio Árabe Islámico. Muchas mezquitas posteriores se inspiraron en la gran mezquita de Damasco para su construcción.

Interior de la mezquita de los Omeyas

Interior de la mezquita de los Omeyas

En un principio, donde se encuentra la Gran Mezquita se hallaba el templo de Júpiter durante el imperio romano. Más tarde se construyó en su lado oeste otro edificio, que sería la catedral de San Juan Bautista. Más tarde, cuando la revolución islámica tomó la ciudad, convivieron en el edificio cristianos y musulmanes, ocupando los musulmanes el lado este para rezar, y los cristianos el oeste.

Museo Nacional de Siria principal motivo de mi viaje. El museo es, en una palabra, caótico. Posee colecciones arqueológicas impresionantes en unas instalaciones de los años 40. Joyas como la tablilla de Ugarit, primer testimonio del alfabeto utilizado sobre el 1500 a.C., o el cantante de Nansé (2500 a.C. (primer cantante castrado del que se tiene conocimiento) se exponen sin orden ni concierto. En el exterior, una gran colección de esculturas impresionantes.

Cantante de Nanshé

Cantante de Nanshé

Lo más increíble fue que durante mi visita al interior del museo, mi guía sirio sacó un paquete de cigarrillos y, tranquilamente, se encendió uno y se puso a fumar. ¡No me lo podía creer!. Me dijo que estaba permitido fumar en el interior del museo. No podía salir de mi asombro. Le dije que aunque estuviera permitido, el humo y la nicotina afectaría con el tiempo a los cientos de tesoros que allí se encuentran. Soy fumadora, pero jamás lo haría en un sitio donde puedo perjudicar tantos tesoros. Le dije que saliera, y dócilmente lo hizo. Las mujeres, para la mayoría de los árabes, somos prácticamente nada, así que me sorprendió que me hiciera caso.

Museo de Damasco

Museo de Damasco

Exterior del museo de Damasco

Exterior del museo de Damasco

Souk El-Hamidiyeh es el mercado más antiguo de la ciudad de Damasco. Si has visitado Estambul, ambos mercados son muy parecidos, pero la diferencia es que el mercado sirio no está tan abarrotado de gente, y que la mayoría de los producos son los que compran los sirios. Por supuesto, hau puestos de souvenirs, pero es el lugar donde los habitantes de Damasco se compran la ropa, el calzado, las especies o los frutos secos.

Mercado de Souk El-Hamidiyeh

Mercado de Souk El-Hamidiyeh

No deja de producirme tristeza ver en las fotos de mi viaje a Siria, habitantes de la ciudad de Damasco que hace sólo 3 años eran felices. Me pregunto qué habrá sido de ellos… Cuánto habrán cambiado sus vidas desde entonces…

Comerciantes de Souk El-Hamidiyeh

Comerciantes de Souk El-Hamidiyeh

La comida siria es deliciosa. Uno de los productos fundamentales de la dieta son los garbanzos, que comen en ensalada, con crema de yogur, con quesos excelentes o con pimimientos.

Comida siria

Comida siria

Otras visitas recomendables en Damasco son: el palacio Azem, la estación de tren de Hejaz, el templo de Apolo, el mausoleo de Saladino, la ciudadela y el barrio cristiano. Damasco es (o era) una ciudad agradable de visitar, y los sirios, en general son (o eran) agradables y simpáticos.

Cuando ya se había hecho de noche decidí que volviéramos a Ammán. Nos encontramos con el guía jordano en el aparcamiento y comenzamos el regreso a la capital jordana. Mi cuerpo empezó a sufrir el cansancio desde las 5:30 de la mañana que me recogieron del hotel. Eran ya casi las 11 de la noche y me quedé en el asiento trasero profundamente dormida. No sabía que aún me quedaba por vivir el peor episodio en Siria. Soy de sueño profundo, y no sabía si estaba soñando o era real lo que estaba oyendo. Abrí los ojos y entonces me di cuenta que era real. Ambos guías discutían muy alto, levantaban los puños y parecía que se iban a pegar con el coche en marcha. De repente, el guía jordano gritó algo en árabe, agarró el volante, y sin dejar de gritar pegó un volantazo, girando el coche completamente, y se internó en una especie de descampado al lado de la carretera. Yo no daba crédito, estaba tan asustada que no me atrevía ni siquiera a gritar. Derrapó con el coche, que levanto una gran polvareda y frenó en seco. Se bajaron los dos del coche y siguieron discutiendo. La única luz era la de la luna y la de las luces del coche, que aún seguía en marcha. Los gritos cada vez eran más fuertes, y el guía jordano se acercó al otro y le agarró por los hombros. ¡Madre mía, se van a pegar!. Yo seguía estupefacta en el asiento trasero mirando por la ventanilla. Mientras ellos discutían. Pensé en mi madre, a quien ni siquiera había dicho que estaba en Siria . No entiendo nada de árabe, pero yo traducía mentalmente su conversación:

-«¡Mátala tú!» imaginaba que decía el guía jordano
-«¡No, mejor hazlo tú!» contestaba el sirio
-«¡Pero qué dices!. ¡Primero la violo y luego la mato. Y después nos repartimos lo que lleve encima! seguía el jordano
-» ¡No, no, lo que lleva es para mí!» gritaba el sirio

Mientras seguían discutiendo, uno señalaba un punto en el horizonte, y el otro señalaba con el dedo otro punto en la dirección inversa. Pensé que estaban eligiendo el sitio donde luego me iban a enterrar, o el árbol del que me iban a colgar y encima, parecía que no se ponían de acuerdo.

Es increíble la velocidad a la que puede trabajar nuestro cerebro en una situación de miedo. En el tiempo que duró la discusión pensé en muchas cosas, a una velocidad vertiginosa. Y ninguna buena. Me dije: «Vas a morir, idiota. ¿No vas a hacer nada?». Estaba paralizada, me temblaban las piernas y las manos, tenía una urgente necesidad de ir al baño, y sólo quería salir corriendo.

No sé de dónde saqué fuerzas, pero agarré la manilla de la puerta y la abrí. Me planté delante de los dos, y con toda la voz que el terror me permitía, les grité: «Tú, al volante!, ¡y tú, detrás conmigo!. ¡Ya estoy harta de vosotros!. Esta excursión me ha costado mucho dinero para estar soportando a dos guías idiotas que discutan en medio de una carretera. No quiero ninguna explicación ni que os habléis hasta la frontera (donde el sirio se bajaba del coche)».

Me di media vuelta y me dirigí al coche. No quise ver la cara de los dos hombres. Me los imaginaba partidos de la risa porque una mujer osaba gritarles y encima darles órdenes. Pero no. Se subieron al coche callados. El guía sirio a mi lado. Cuando llegamos a la frontera, él guía sirio se despidió de mí y me pidió perdón. Me juraba «por Alá» que sentía mucho que me hubiera enfadado, que no me llevara una mala impresión de los sirios.

Pasé el interminable control de pasaporte, pasamos el coche por una fosa donde unos soldados volvieron a inspeccionarlo y una mujer policía siria volvió a cachearme. Cuando me subí al coche sólo tenía ganas de ponerme a llorar. Pero no lo hice. El guía jordano también me prometió por Alá que lo sentía mucho, que sentía haberme enfadado, que no me llevara una mala idea de los jordanos. Cuando había pasado un rato y estábamos ya cerca de Ammán le pregunté el motivo de la discusión: En la frontera existen dos puestos de entrada y salida. En uno de ellos, a varios kilómetros de distancia, se puede comprar cigarrillos y alcohol, en el otro no. El guía sirio quería cruzar por el puesto donde podía comprar esos artículos, pero el guía jordano no quería porque tenía que desviarse varios kilómetros. Entonces, como un gran jugador de póker tirándose un farol le dije: «Eso me había parecido entender cuando estabais discutiendo, pero tienes que comprender que no se pueden hacer ese tipo de cosas como guía o no te volverá a contratar ningún cliente». Imagino que si realmente hubieran querido matarme les habría dado igual que hubiera salido del coche a decirles 4 cosas.

No sé cuándo será un buen momento para volver a visitar Siria, no sé cómo estará el país, cómo estará la ciudad de Damasco. Ni siquiera sé qué habrá sido del guía sirio que fumaba y bebía alcohol (o al menos trapicheaba con él). Ojalá la situación se arregle y toda la buena gente pueda vivir en paz.


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Casa curiosa en Siria

Visité Siria hace varios años, antes que el conflicto político que comenzó en 2012 destruyera parcialmente la ciudad. Paseando por Damasco, mi guía sirio me enseñó esta casa, que peligrosamente se inclina hacia un lado. Los vecinos no estaban preocupados, ni los de la casa de en frente, que ven cómo el edificio se inclina sobre ellos, ni los que pasean por las calles. En la imagen aparece un hombre con su hija pequeña y un señor mayor andando tranquilamente sin preocuparles que la casa pueda caer en ese momento.

Casa en las calles de Damasco

Casa en las calles de Damasco